sábado, 28 de marzo de 2015

Google pagará 65 millones de euros a su nueva directora financiera

Ruth Porat recibirá esos ingresos millonarios en acciones en dos años

Google: Ruth Porat
Ruth Porat, en una conferencia en 2014. / PATRICK T. FALLON (BLOOMBERG)
Ruth Porat ha logrado un contrato de oro en Google. La compañía pagará a esta banquera de 57 años más de 70 millones de dólares (unos 65 millones de euros) tras convertirse en la responsable financiera del buscador y será así una de las personas mejor pagadas en su puesto en el sector, según ha informado Google esta madrugada al regulador de la Bolsa en EE UU.
En concreto, Porat, que ha sido fichada del banco Morgan Stanley, obtendrá un bono de cinco millones de dólares solo por firmar su contrato y 25 millones en acciones este año para hacerse efectivas en 2017. Además, recibirá otro pago bianual en acciones por valor de 40 millones en 2016 con efectos en 2019 que se suma a un salario base de 650.000 dólares anuales.
"Somos extremadamente afortunados por haber encontrado a una ejecutiva tan creativa, experimentada y operativamente fuerte", dijo Larry Page, presidente ejecutivo de Google, cuando el fichaje de Porat fue anunciado. Esta afronta una difícil tarea: aportar más disciplina fiscal a una firma con altas inversiones.
La nueva ejecutiva financiera de Google, que tomará posesión del cargo el 26 de mayo, se va de un antiguo trabajo también muy bien remunerado: en sus cuatro primeros años como directora financiera de Morgan Stanley ganó 40,3 millones de dólares, si bien no se sabe aún lo que obtuvo en 2014. Además tenía acciones del banco por valor de 32,7 millones de dólares, según los datos recopilados por Bloomberg.
Porat, que ocupará el puesto de Patrick Pichette, se formó además en la Universidad de Stanford, lo que en cierta media representa una vuelta a Silicon Valley. También tiene títulos de la Wharton y por la London School of Economics.
Fuente: El País

Linchamientos virtuales

Las redes sociales amplifican el poder devastador de la vergüenza y el escarnio públicos. Cualquier desliz puede arruinar su vida digital


Justine Sacco.
Alicia Ann Lynch, una joven estadounidense de 22 años, colgó en Twitter una fotografía en donde aparecía disfrazada para una fiesta de Halloween. El disfraz era una simpleza que tendría insondables consecuencias; aparecía en chándal, con la cara y los miembros embadurnados de pintura roja, como si hubiera sangrado profusamente, y un título que muy pronto le granjearía un linchamiento en las redes sociales: “Víctima del maratón de Boston”. El referente de aquel gracejo era la bomba que, en 
abril de 2013, interrumpió violentamente aquella famosa carrera, causando tres muertos, 282 personas heridas y la huella indeleble de un atentado terrorista en la ciudad. La inconsciencia y el mal gusto de Lynch y la torpeza que entrañaba publicar esa fotografía dispararon el morbo de sus escasos seguidores en Twitter y los retuits de estos consiguieron que en unas horas la joven recibiera miles de insultos y mensajes de una dureza que no admitía ninguna réplica, como este que le envío una víctima del trágico maratón: “Deberías estar avergonzada. Mi madre perdió las dos piernas y yo casi muero”.
El linchamiento virtual pronto ganó consistencia real y la joven tuvo que recluirse en su casa, y unos días más tarde el jefe de la oficina en la que trabajaba, abrumado por la presión de las redes sociales, la despidió. Disfrazarse así no tiene ninguna gracia y publicar la fotografía constituye un gesto deleznable, pero ¿qué hubiera pasado con Alicia Ann Lynch si hubiera hecho la misma broma, con la misma foto, en 1970, antes de la Red? La foto la habrían visto solo sus amigos y su jefe difícilmente la hubiera despedido por esa broma de mal gusto pero de alcance exclusivamente doméstico. El caso es interesante porque evidencia cómo las redes sociales magnifican episodios que, sin esa difusión masiva, hubieran sido mucho menos importantes.
En la fotografía que colgó Alicia Ann Lynch en Twitter, habría que separar el hecho de su difusión masiva
En 1932 fue secuestrado el bebé de Charles Lindbergh, el célebre piloto que cruzó por primera vez en avión, en 1927, el océano Atlántico. Lindbergh era un héroe nacional y el secuestro de su hijo tuvo en vilo, durante dos meses, a la sociedad estadounidense; hasta que un día trágico fue descubierto el cadáver del niño. Unos meses más tarde, cuando el bebé Lindbergh seguía siendo un tema recurrente, el pintor Salvador Dalí, que había inaugurado con mucho éxito una exposición en Nueva York, fue invitado a una fiesta de disfraces a la que acudió la crema y nata de Manhattan. Dalí y Gala, su mujer, asistieron disfrazados, para escándalo de los invitados, del bebé Lindbergh y de su secuestrador. Aquella broma violenta no pasó de alterar a los invitados y a algunos lectores de los periódicos que consignaron la última excentricidad del pintor. En la biografía de Dalí el incidente de la fiesta de disfraces es un episodio menor, una broma de mal gusto que se parece a la ocurrencia de la joven que se disfrazó de víctima del maratón de Boston, salvo porque en la época de Dalí no había ni redes sociales ni televisión para magnificar su imprudencia y su broma quedó en eso, en una boutade; pero si esto hubiera ocurrido en este siglo, Dalí probablemente se hubiera quedado sin galeristas, hubiera sufrido un gravoso boicoteo y habría tenido que maniobrar para que no se hundiera su carrera.
Lynch, disfrazada de víctima del maratón de Boston.
En la fotografía que colgó Alicia Ann Lynch en Twitter, habría que separar el hecho de su difusión masiva, de su multiplicación exponencial en la Red. Pero esto, de momento, es complicado, porque a los internautas les encanta el linchamiento y, sobre esta penosa pulsión tan propia del siglo XXI, nadie ha tenido tiempo de legislar.
Recientemente han aparecido en inglés dos ensayos sobre este inquietante tema, que es otra de esas zonas oscuras que tiene ese invento luminoso que es Internet: So you’ve been publicly shamed (Has sido avergonzado públicamente), de Jon Ronson, e Is shame necessary? New uses for an old tool (¿Es necesaria la vergüenza?, los nuevos usos de una vieja herramienta), de Jennifer Jacquet. Los dos ensayos tratan de la dimensión contemporánea de la vergüenza, del desprestigio y del escarnio, que se salen de proporción cuando se amplifican en las redes sociales; cualquier descuido, desliz o tontería, que hace cuarenta años hubiera producido un rato de incomodidad o un momento de rubor, hoy, esa misma tontería magnificada por Twitter o por Facebook puede generar un linchamiento que le arruine la vida al tonto.
Los casos de linchamiento virtual, de vergüenza pública masiva abundan; todo el tiempo los internautas linchan a políticos, cantantes, futbolistas y banqueros, personajes que están expuestos permanentemente al ojo público y que, por tanto, están habituados a lidiar con el odio y el desprecio de la masa tuitera; pero el asunto cambia cuando el linchamiento va dirigido a una persona normal, que se vuelve súbitamente famosa como la joven que se disfrazó de víctima del maratón de Boston, o como el caso de Justine Sacco, un episodio emblemático que Jon Ronson desmenuza en su libro. Sacco se fue de viaje a Sudáfrica a visitar a unos familiares y, mientras abordaba el avión en Nueva York, dio rienda suelta a su locuacidad tuitera y comenzó a lanzar mensajes, algunos muy ofensivos, para su modesta parroquia de 170 seguidores. En su escala en Londres lanzó un mensaje desgraciado que iba a cambiarle la vida: “Voy a África. Espero no coger el sida. Es broma. Soy blanca”.
Sacco pasó las siguientes once horas volando hacia su destino y, cuando aterrizó en Ciudad del Cabo y conectó su móvil, se encontró con un diluvio de mensajes, de insultos y también de condolencias que le escribían sus conocidos; mientras trataba de asimilar lo que sucedía, recibió una llamada de su mejor amiga que le decía que su mensaje sobre el sida era trending topic mundial, es decir, el mensaje más reproducido en Twitter en las últimas horas. Inmediatamente después llamó su jefe que, presionado por el escándalo que había en las redes sociales, sobre esa mujer ejecutiva que acababa de demostrar su ignorancia y su racismo al mundo, no tenía más remedio que despedirla de la dirección que ocupaba en una importante firma de comunicación de Nueva York. Mientras Sacco volaba hacia Cape Town, una etiqueta, un hashtag, sobrevolaba Twitter: #yaaterrizójustine? Decenas de miles de personas esperaban el momento en que Justine, que tenía solo 170 seguidores cuando despegó de Londres, aterrizara en Sudáfrica y viera el lío en que se había metido. Un espontáneo fue al aeropuerto, fotografió a Sacco, con unas aparatosas gafas, pasmada, mirando la pantalla de su teléfono y la tuiteó con el siguiente mensaje: “Sí, de hecho Justine ha aterrizado en el aeropuerto de Ciudad del Cabo. Ha decidido disfrazarse con unas gafas oscuras”.
La vida de Justine Sacco quedó hecha trizas. Jon Ronson cuenta en su libro, a partir de una serie de conversaciones que tuvo con ella a su regreso a Nueva York, los detalles de su descenso a los infiernos. Sacco publicó un comentario racista e idiota, pero la penalización que se le impuso desde las redes sociales parece excesiva. Quizá, para empezar a establecer un marco civilizado de convivencia en Internet, habría que desterrar la idea de que eso que sucede en el ciberespacio es realidad virtual, y que, a pesar de su naturaleza intangible, debe ser considerada, tratada y legislada de la misma forma en que se hace con la dura, y muy tangible, realidad.
Fuente: El País

jueves, 5 de marzo de 2015

Lenovo distribuyó ordenadores con un programa que permite espiar al usuario :

lenovo

Lenovo informó que ha deshabilitado el problemático software, conocido como Superfish, y que brindará a sus clientes una herramienta para borrar de forma permanente el programa de sus computadoras.
El problema afecta a un número desconocido de computadoras: Lenovo comentó que distribuyó “algunas” laptops con Superfish entre septiembre y diciembre del año pasado, antes de cesar debido a las quejas de los consumidores.
Eso podría incluir un gran número de computadoras. Lenovo repartió más de 16 millones de computadoras portátiles y de escritorio en el último trimestre de 2014.
Superfish no estaba diseñado como malware. Lenovo ha dicho que su intención era mostrar anuncios dirigidos al analizar imágenes de productos que el usuario viera en la red y luego presentar “ofertas de productos idénticos o similares a menores costos”. Lenovo ha dicho que el software no rastrea a usuarios ni recolecta información de identificación.

Pero algunos usuarios inicialmente se quejaron de que el software mostraba “ventanas emergentes” no deseadas. Esta semana, varios expertos independientes reportaron que Superfish trabaja al sustituir los certificados de encriptación utilizados por muchos sitios web para proteger la información del usuario con su propia clave de seguridad. “Eso significa que cualquiera afectado por este adware no puede confiar en las conexiones seguras que haga”, escribió en un blog el investigador Marc Rogers.
Lo peor de todo, de acuerdo con los expertos, es que Superfish parece reutilizar los mismos certificados de encriptación para cada computadora, lo que significa que un hacker que descifró una clave de Superfish podría tener acceso a una amplia variedad de transacciones en línea. Robert Graham, jefe ejecutivo de Errata Security, presumió el jueves en un blog de que había descifrado la contraseña de encriptación de Superfish en unas cuantas horas.
Hasta ahora, no hay evidencia de que hackers se hayan valido de esta vulnerabilidad para robar información. Para hacerlo, según los expertos, un hacker necesitaría buscar a los dueños de las computadoras portátiles que cuentan con el programa y utilicen una conexión inalámbrica pública para ingresar a sitios web seguros.
Pero algunos criticaron fuertemente a Lenovo por actuar irresponsablemente al instalar el software. “Lenovo no sólo inyectó anuncios de una forma por demás inapropiada, sino que creó una catástrofe masiva de seguridad para sus usuarios”, dijo la Fundación Electronic Frontier, un grupo defensor de internet, en una entrada de blog.
Fuente: La Flecha

Día internacional de la mujer

Por  lo importante que son las mujeres durante todos los días de nuestra vida. ¡Feliz Día!